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Hay días en que uno está más que convencido que no debería haberse molestado en levantarse. Ayer, luego de vagar más de media hora perdida en el centro, pensé que se trataba de uno de aquéllos. Eso hasta que, tras sobrevivir a una agitada noche, logré convencerme que quizás lo más sabio habría sido no molestarme en acostarme. Sí, suelo pensar eso cuando me retan (o se ríen) porque me quedo dormida en clases; cuando siento que hubiese sido lo mismo pasarme la noche leyendo o de parranda, pues no logré descansar nada.

Supongo que todo comenzó cuando se interrumpió mi plácido sueño, dando paso a un despertar repentino. 6.00 AM marcaba mi reloj, Que rápido que se pasa la noche ¿no?, pensé, tratemos de descansar hasta que suene el despertador (tengo esa manía de hablar en plural cuando estoy rozando la semi-inconciencia). Al cerrar nuevamente los ojos pude prestar atención, finalmente, a lo que me había despertado: aullidos. ¿Sería alguno de los múltiples animales que habitan mi patio? Extrañada asomé mi cabeza por la ventana y vi algo que definitivamente no era mi perro ni menos mi gato, empezando porque medía más que ambos juntos y terminando porque los aullidos eran algo que no se parecía a nada que hubiese escuchado de ellos nunca. Supuse que se trataba del perro desconocido que esa tarde me había agredido antes de entrar a mi casa; pero, ¿cómo diablos logró pasar hacia el patio cerrado? Sólo había dos opciones:
1- Cavó como desquiciado alguna especie de túnel durante toda la noche.
2- Esta maravilla de animal, además de saltar sobre las personas, era capaz de dar saltos de más de dos metros.
Rara cosa.

La verdad es que a esa hora mi curiosidad no es capaz de llevarme a nada; así que, luego de comprobar que mi perro parecía no haber sufrido ningún tipo de ataque mortal, traté de seguir durmiendo. Cerré los ojos y, nuevamente, algo perturbó el silencio: música. ¿Música? Sí, una melodía suave e irreconocible, ¿a las seis de la mañana?

Esto se parecía cada vez más a una película de terror, así que decidí levantarme a investigar, a encarar de frente mi fatídico final. La melodía venía de la pieza de mi hermano. Pero, ¿qué melodía? No, no podía ser, ¿”spiderman, spiderman, friendly neigborhood, spiderman”?

Tengo que insistir, la hora no era como para andar armando razonamientos lógicos, ni menos para andar desentrañando misterios absurdos. Por eso decidí acostarme de nuevo y tratar de disfrutar los últimos minutos de sueño. Me desperté como veinte minutos después, miré mi reloj y sufrí al darme cuenta que de nuevo me iba a levantar 20 minutos atrasada. Por eso miré con atención el despertador y me di cuenta que, en realidad, eran las cuatro de la mañana; además noté que los aullidos se habían detenido, el perro (lobo, alce, musaraña o lo que fuera) había desaparecido y el sonido de la música había sido reemplazado por el más absoluto silencio. Creo que todo esto sólo se puede explicar sólo de dos formas:
1- El sueño excesivo realmente funciona como una droga adormecedora de mi percepción (excelente excusa para unas cuasntas ocasiones, por lo demás)
2- o fue todo parte de una extensa alucinación.
Tétrico, ¿no?

PD. Nunca más en la vida me voy a acostar escuchando “Tonight, tonight” de The Smashing Pumpkins, ni ningún tipo de canción que afirme que “lo imposible es posible esta noche”.

emanado por Javiera Pumarino a las 22:41 hrs